
Soy aficionado al tenis desde hace tiempo. Me gusta practicar ese deporte, me gusta competir, pero sobre todo me gusta el ambiente de respeto y amistad que, en general, las personas que jugamos en el club tenemos.
Sin embargo os quiero relatar una situación que me ocurrió no hace demasiado tiempo.
Era verano, y en esa época, el club organiza un torneo abierto, donde los participantes se emparejan por sorteo, sin tener en cuenta su puesto en el ranking, y disputan partidos eliminatorios.
Era mi partido de segunda ronda, y me tocaba jugar contra una persona desconocida para mí. Se llamaba Luis, y lo único que me dijeron es que llevaba poco tiempo en el club.
Llegué a mi hora y allí estaba esperándome, sin embargo, sus primeras palabras fueron «llegas tarde». No llevaba reloj, pero ¿quizá me habría retrasado uno o dos minutos?. no le dí importancia. Dejé la bolsa de deporte, cogí la raqueta y le ofrecí jugar con unas pelotas que llevaba, que tenían un partido de uso. Fue entonces cuando dijo «a los partidos se traen bolas nuevas».
«Sorprendente», pensé. Después de 10 años en el club era la primera vez que alguien me decía una cosa así. Le dije, que entonces abriera él el bote de bolas que traía.
Comenzamos a pelotear, sin que él dijera nada, yo le seguí y tampoco salió de mí palabra alguna. Llegado el momento le dije «¿sacamos?», él simplemente asintió. Ensayó la primera tanda de tres saques, mientras yo estaba intentando recoger las bolas según venían. Lo hice y volví a echarle las pelotas, con tan mala fortuna que una de ellas se quedó en la red. Luis dijo: «echa bien las pelotas».
Una descarga de desagrado se apoderó de mí. ¿Qué tipo de persona tenía delante?.
Terminamos de pelotear, y me dispuse a iniciar el partido, pero estaba contrariado por lo sucedido hasta el punto en que reconozco que no me concentraba en el juego. Y ya se sabe, en el tenis es fundamental la concentración y, si no se tiene las posibilidades de error se multiplican. Eso fue lo que me ocurrió, error tras error y de vez en cuando más comentarios del tipo «échala bien hostia», «bola fuera (cuando parecía claramente dentro)»….así hasta que fueron pasando los juegos y ví como Luisito se había llevado el primer set 6-2.
¿Qué me estaba ocurriendo?, pensé. Hice por un momento un ejercicio de introspección y me dije: «José Luis, eres psicólogo, recomiendas y enseñas cosas a tus clientes para que afronten situaciones, y ¿ahora tú desbordado por una persona que te ha sacado de tus casillas?». En ese momento tomé una decisión: el partido ya no era para ganar al tenis, sino para afrontar y manejar de forma diferente la relación que tenía con Luis.
Inmediatamente me senté, me centré en tranquilizarme y visualicé lo que tenía que hacer; en ese momento me establecí un objetivo: al final del partido Luís me invitaría a tomar algo en el bar.
Así que, con el ánimo renovado y sin pensar ya en si ganaba o perdía el partido de tenis, salí a la pista con la mirada fija en mi oponente.
Cada movimiento que hacía, cada punto en el que Luís tenía éxito, cada vez que me echaba bien la pelota, siempre obtenía un elogio por mi parte. «Muy bien ese punto Luís, se nota que «quien tuvo retuvo», y tú, aunque llevas tiempo sin jugar, se ve que mantienes la técnica de un gran tenista», «dime cuál es la clave de ese fabuloso revés a dos manos que tienes», «la verdad es que estoy fascinado con algunos de los golpes que das», «dime de una vez donde has dado clases que quiero ir a aprender».
Es curioso lo que son las cosas. A medida que dejaba de pensar en mis fallos y que la situación me desbordaba, a medida que empezaba a pensar en elogiar a Luís de una o de otra manera, notaba que quién cada vez jugaba mejor, era yo mismo.

Sí, de vez en cuando Luís hacía un punto digno de mi elogio, pero mucho más frecuentemente lo hacía yo.
Al poco tiempo había empatado el partido, y, no mucho más tarde, lo había ganado. Resultado final 2—1.
Salude a mi contrincante diciendo «muy bien jugado Luís, la verdad es que no lo había pasado tan bien desde hace tiempo», e inmediatamente le dije: «creo que me merezco que me invites a una cerveza».
10 minutos después juntos hablábamos del partido, del club, y de muchas otras cosas, en el bar, con unas cervezas en la mano.
Al cabo de un rato, juntos nos encaminamos hacia el aparcamiento, donde ambos teníamos los coches. Luís no tardo en decir que pronto le gustaría jugar la revancha, y que lo había pasado bien.
Le dije que de acuerdo, que miraría mi agenda, y que pronto quedaríamos; pero no le di fecha alguna para celebrar el partido.
En el último año nos hemos visto varias veces, y siempre Luís aprovecha para recordarme que tenemos un partido pendiente; yo sonrío, pero pienso para mis adentros, que ese partido no se celebrará mientras únicamente dependa de mí.
¿Te has parado a pensar por qué pienso así?