La tristeza es una de las emociones básicas y, como todas las emociones, tiene una función adaptativa que nos ha permitido sobrevivir al medio.
Cada vez que sucede algo a nuestro alrededor, sentimos una emoción. A veces es más intenso, otras veces menos, pero nuestro cuerpo está reaccionando continuamente a las situaciones externas. Este proceso de reaccionar psicofisiológicamente ante un estímulo externo es lo que llamamos sentir emociones.
Entre las emociones identificadas como básicas encontramos la alegría, la tristeza, el miedo, la ira o el asco. Hay muchas más y todas podrían englobarse dentro de estas cinco.
De todas ellas, unas son agradables y otras son desagradables. Las emociones que nos agradan como la alegría, la sorpresa, la ternura… son estados que deseamos mantener en el tiempo. Liberan endorfinas y serotonina en nuestro cerebro generando estados de placer y bienestar en nuestro organismo. En cambio, las emociones que generan estados desagradables solemos querer evitarlas precisamente porque la sensación que evocan es opuesta: incomodidad, malestar y desagrado.
Sin embargo, todas ellas tienen una función.
¿Para qué sirve la tristeza?
Al igual que las demás emociones, la tristeza tiene una función adaptativa para la especie humana. Sentir tristeza nos permite reducir nuestro nivel de actividad al tiempo que dirige la atención del exterior hacia el propio mundo interno.
Tendemos a evitar la tristeza porque resulta incómodo sostenerla o incluso porque provoca vergüenza que los demás nos vean llorar. Sin embargo, conectar con la tristeza favorece el autoanálisis y la reflexión, y nos permite llegar a niveles de compresión mucho más profundos a los que no podemos llegar desde otras emociones como el miedo, la alegría o la ira.
¿Cómo la gestiono?

Intentar evitar o ignorar la tristeza (como cualquier otra emoción) no ayuda a que esta “se pase” o desaparezca; al contrario, lo que genera es una especie de “bloqueo emocional”.
Para que no haya bloqueos es importante abrirse a la experiencia de lo que uno está sintiendo en el momento presente, abrazar la emoción, sea la que sea la que esté sintiendo, y escucharla. Sólo cuando paramos, respiramos, sentimos y nos atendemos desde una actitud compasiva, es cuando la emoción logra “pasar” dando lugar a otro estado emocional diferente. Paradójicamente, hay que dejarla estar para que pueda transformarse.
Esto no significa que deba quedarme enganchado, “rumiando” en la tristeza. Escucharla significa darle el lugar que necesita, observar de dónde viene, en qué lugar de mi cuerpo la siento, por qué motivo está aquí y qué información tiene para mí. Sentir la tristeza no es quedarme pegado a pensamientos de pena o de dolor, es sentir la emoción tal y como está sucediendo en el momento presente en mi cuerpo. Y cuando hago esto sin quedarme enganchado, la emoción pasa y se transforma en otra cosa. Porque las emociones también tienen un inicio y un final, pero requieren que les demos el lugar que necesitan.
No es raro que te resulte complicado gestionar la tristeza
Este proceso de atender lo que estamos sintiendo a veces se hace complicado porque no hemos aprendido a hacerlo, hemos aprendido a ignorar o evitar aquello que nos incomoda o que nos da vergüenza mostrar.
Si sientes que es complicado para ti avanzar, conectar con la tristeza (o cualquier otra emoción) sin quedarte “enganchado”, o incluso tienes dificultades para conectar con ella y sentirla, y te gustaría aprender a relacionarte de otra manera con tu tristeza, puede ser un buen momento para visitar a un profesional de la psicología que te ayude a gestionar tus emociones.
Ataly García Lozano
Psicóloga especialista en Mindfulness y salud emocional