Si algo bueno nos trajo la pandemia por Covid-19 del pasado 2020 fue que dio una especial relevancia a la salud mental, un aspecto que no se puede desligar de ningún entorno de nuestra vida pero que parecía que queríamos ocultar debajo de la alfombra, esperando que no nos preguntarán por ella, pero al final salió a la luz.
Parece que desde estos dos años después de la pandemia se está normalizando el hecho de ir al psicólogo e incluso vemos a conocidos nuestros como poco a poco se van abriendo cada vez e incluso te lo dicen sin reparos y con cierta calma, por la tranquilidad que te da saber que estás en buenas manos abordando ese tema que tanto te angustiaba.
Pero, por desgracia, aún encontramos a personas resistentes a este cambio que incluso siguen viendo ir al psicólogo como una vergüenza, una decepción o un símbolo de debilidad. Y no quiero parecer que estoy juzgando a estas personas, ni criticándolas, sino quiero haceros ver el por qué suceden esta línea de pensamiento, que aunque no es la más práctica, puede tener explicaciones detrás.
Esa vergüenza por ir al psicólogo puede venir por desconocimiento, desconocimiento a la psicología, no saber cómo es realmente ir al psicólogo ni los procesos que abordamos en consulta causando en la persona un rechazo frontal, por no saber cómo va la dinámica de las consultas.
También encontramos personas que lo ven como un símbolo de debilidad y no quieren que nadie sepa que van al psicólogo «por el que dirán», como si esto les fuese a bajar la nota media de la vida. Y aunque respeto esa decisión que no comparto, no la recomiendo, ya que en consulta he tenido personas que han ocultado que van a terapia y al final es un estrés, por qué incluso llegas a pensar que estás haciendo algo malo cuando en realidad lo que estás haciendo es quererte.
Por qué ir al psicólogo es quererte, es autocuidado y es amor propio.
