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El Cariño no se Mendiga

Una historia de padres e hijos

Padre e hija estudiando con ordenador

Soy padre de dos hijos y hoy os voy a contar algo que me pasó hace tiempo, cuando mi hija tenía 14 años.

Quizá penséis que no está de moda o que es un atraso, o quizá penséis que está bien y que es bonito, el caso es que a mí me gusta despedirme de mis hijos con un beso y un «que os vaya bien el día», y durante años así lo he hecho; hasta que un día me despedí como siempre de mi hijo «un beso… pasa buen día», y fui a hacer lo mismo con mi hija, pero su comentario fue «joer papá siempre con los besos», al tiempo que ponía cara de desagrado y un gesto evitador.

La cosa se complica.

Mi costumbre es no dar importancia a las cosas circunstanciales, y como era la primera vez que ella hacía eso no le di importancia. Por ello, sin más, abandone mi casa con rumbo el trabajo..

Al día siguiente, como siempre, inicié mi ritual de despedida con ellos y cuando de nuevo fui hacia ella me dijo: «otra vez papá, dando la plasta». Me quedé contrariado y marché pensativo al trabajo. ¿Qué le estaba pasando a mi hija, pensé?

Llegó el siguiente día y me dirigí hacia mi hijo que se despidió como siempre, y desee que con ella la cosa fuera del mismo modo, pero no las tenía todas conmigo. Un minuto después mis peores presunciones se habían confirmado «papá, te he dicho que no me gusta, eres un pesado…»..

Salí muy triste de casa. Lo que dos días antes era coyuntural podía convertirse en estructural. No es lo mismo una conducta que un hábito, pensé. Tenía que hacer algo.

Fue entonces cuando definí mi estrategia:

  • No me despediría de ella más, porque no quiero hacer nada que desagrade a los demás.
  • Mantendría con ella un «perfil bajo»…
  • Si ella saludaba, respondería con educación.
  • No iniciar conversaciones hacia ella, sí hacia los demás.

A la mañana siguiente me despedí como siempre de su hermano, y sin decir nada más salí de casa. Me fui pensando en ella: o se habría sentido victoriosa por no producirse la despedida o quizá ni siquiera se había dado cuenta. Algo me hacía pensar que la primera de las opciones era mucho más probable.

Así, la dinámica familiar se fue repitiendo cinco o seis días, hasta que una tarde mi hija se acercó a preguntarme por un ejercicio de matemáticas. Siguiendo la estrategia, le dije que «no me apetecía responderle, que tenía que hacer otras cosas». Ella se marchó de la habitación, sin insistir y con orgullo.

Creo que esa fue la primera vez en la que ella tomó conciencia de la situación, algo así como» si yo rechazo, los demás pueden hacer lo mismo», pero esa primera vez lo «resolvió» con orgullo y buscándose la vida con compañeros de clase.

La clave de la estrategia: mantenerla.

Los días fueron pasando en la misma línea y para mí, como padre, se me hacían duros. No obstante, me consolaba diciéndome que «siempre hay que hacer una renuncia a corto plazo para lograr algo satisfactorio e importante a largo plazo»; estaba decidido a continuar lo que hiciera falta hasta que se produjera en ella un cambio de tendencia: un punto de expresión afectiva hacia mí.

Y un día, calculo que el decimoctavo  o decimonoveno, desde que comencé mi estrategia. Me despedí de mi hijo como siempre y cuando iba a cerrar la puerta de casa escuche un grito desde lo más lejano de la casa: «¡¡Papá!!». Me dí la vuelta y a los pocos segundos, casi sin esperarlo, mi hija se abalanzó sobre mí, me abrazó y me dijo llorando, sofocada y hablando entrecortada mientras apretaba su abrazo: «Te quiero mucho».

Entonces le abrace fuerte y le dije con alguna lágrima también: Yo también te quiero mucho, pero tienes que aprender una cosa para siempre, y es que:

«EL CARIÑO NUNCA SE MENDIGA».

José Luis Ruiz Calvo es Psicólogo Clínico en el Centro BIENSTAR-PSICOAYUDA de Guadalajara. Registro de Centro Sanitario: 1906960/1903660.  Colegiado CM-1860. Puedes contactar con él a través de su web https://www.psicoayuda.com o a través de su email: joseluis@psicoayuda.com  

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