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EL AUTOCUIDADO EN TI

La situación excepcional en la que nos encontramos en la actualidad, esta pandemia dolorosa y estresante que está siendo la COVID-19, está suponiendo un replanteamiento profundo e intenso de los valores y objetivos vitales y personales en la población. De la noche a la mañana, todos hemos tenido que cambiar no sólo el lugar de trabajo, sino hábitos propios, rutinas personales, actividades de ocio; incluso, la manera de relacionarnos con nuestros seres queridos se ha visto alterada. Los besos y abrazos se están viendo sustituidos por iconos telefónicos, codazos, miradas y “autoabrazos” a través de videollamadas, o con una distancia de seguridad de un metro y medio. Por supuesto, no bajaremos la guardia, y seguiremos asumiendo la responsabilidad que, como sociedad, tenemos en el afrontamiento de esta crisis sanitaria. Cuidarnos entre todos, ejecutando estas pautas de gestión y prevención, nos define como un colectivo responsable y solidario. Que nos cuiden, no sólo suena bien, sino que sienta bien. Su práctica es muy placentera. Sin embargo, ¿sabemos lo que realmente necesitamos para cuidarnos a nosotros mismos? ¿Somos capaces de cuidarnos como merecemos? ¿Por qué resulta más fácil cuidar a los demás que a uno o una misma? Como profesionales de la Psicología, queremos destacar la importancia del autocuidado como variable esencial en la consecución del bienestar tanto físico como psicológico del ser humano.

Hablar de autocuidado supone desarrollar una estrategia activa que implique la satisfacción de las necesidades propias. Cuidarse significa atenderse, protegerse, escucharse, repararse. En definitiva, implica conocerse para poder entenderse y satisfacer y cubrir aquellas necesidades vitales que cada uno de nosotros tenemos como seres humanos. Sin embargo, en muchas ocasiones, las personas caemos en un estado de abandono del que no somos conscientes y “normalizamos” ese mal trato hacia nosotros mismos. Conductas como la alteración en los patrones del sueño, tener una mala alimentación, un consumo de sustancias elevado, no hacer ejercicio físico, no haber desarrollado unos patrones higiénicos adecuados, pueden ser solo unos ejemplos de lo que nos referimos.  La cuestión es por qué llevamos a nuestro sistema a unos extremos tan insanos que nos perjudican directamente. Como señala la psiquiatra Anabel González, la ausencia de una figura de apego seguro y de regulación emocional, contribuye a que no se desarrolle esta conducta de autocuidado de manera eficaz. El vacío que deja en nuestro sistema la ausencia de acciones reparadoras y reguladoras por parte de nuestra figura de apego (como pueden ser la atención, la reparación del daño, la disponibilidad física y emocional), constituye el desarrollo de patrones de comportamiento disfuncionales. Por tanto, el autocuidado no lo es tampoco, ya que carece de base segura para su construcción. Aprendemos a no tratarnos bien. En consulta, es frecuente encontrarse con pacientes que no saben lo que realmente necesitan, que no se ven capaces de poder cambiar aquellas conductas negligentes hacia sí mismos, que piensan que no merecen estar bien, o que se acostumbran a estar como están: en un estado de insatisfacción vital. En este sentido, desde nuestra posición como terapeutas, es importante trasladarles la importancia de validar sus sentimientos y deseos, necesidades y preocupaciones, para poder sostenerles y orientarles hacia ese estado único en el que necesitan establecerse para sentirse bien. Hablamos de que la propia persona sea el agente activo en su cuidado personal.

 A continuación, mostramos algunas claves que pueden ayudar a ahondar en el desarrollo y establecimiento del autocuidado:

  • Identificar las necesidades personales propias. Ayudar a los/las pacientes a detectar y concretar aquellas necesidades (prioritarias e importantes) en este momento vital en el que se encuentra.

  • Disponer de un buen repertorio de recursos para la gestión emocional. La regulación emocional como estrategia básica en el desarrollo de un buen patrón de autocuidado.

  • Desarrollar una rutina saludable diaria: tener un buen repertorio de actividades rutinarias que hagan sentir bien a la persona (buena alimentación, práctica de ejercicio físico, actividades gratificantes, práctica de la meditación, etc.).

  • Fomentar el “autocuidado cognitivo”. Aprender a pensar bien, equivale contarnos la vida en términos sanos, agradables, compasivos y realistas. La importancia de tener un diálogo interno saludable a través de preguntas sencillas: esto que me pasa, esto que pienso, ¿me hace sentir bien?

  • Tener relaciones interpersonales constructivas y basadas en el respeto recíproco. Rodearse de personas amables, cariñosas, divertidas y serenas siempre será un factor de protección en nuestro autocuidado.

  • Trabajar en el fortalecimiento de una buena autoestima de manera continuada. Estar atentos y atentas a nuestras necesidades y sentimientos, y la valoración que hagamos de ellos, supone sentar las bases de una autoestima realista y positiva, asumiendo los potenciales y, también, las limitaciones.

  • Adoptar una actitud abierta y curiosa hacia nuestras propias equivocaciones: aprender a vivir la equivocación desde una perspectiva reconfortante y constructiva.

  • Pensar en uno/a mismo/a. El autocuidado no es egoísta: es auto validarse sin juzgarse.


“El amor a uno mismo es el punto de partido del crecimiento de una persona que siente el valor de hacerse responsable de su propia existencia” (Víctor Frankl)